domingo, 19 de octubre de 2008

LO BRUTALMENTE HUMANO



¿Ves que has logrado de tu manía de favorecer a los hombres?

Eres un dios y no tuviste a mengua desafiar la cólera de los dioses:

Traspasaste la norma de justicia para dar beneficio a los mortales…

Esta es tu recompensa: erguido en esta roca, sin probar el sueño, sin alivio,

Sin descanso alguno, sin doblar las rodillas…estarás dando alaridos,

Te quejarás de continuo… ¡Inútilmente!

Inexorables son las entrañas de Zeus…, Y un amo nuevo es duro siempre.


(Esquilo. “Las Siete Tragedias”. 1977)



Prometeo el coloso. Gigante que emerge con precipitación desde el trasfondo abrasivo del corazón humano. Su orígen: el de un apocalíptico monstruo, traspasando la omnipresencia del absoluto, entregándose irremediablemente tembloroso a la humanidad. Sin embargo, su ofrecimiento será una dádiva carnal y exequiosa.


La ofrenda prometeica del sí mismo, se vuelve condena certera (impresa en su propio fatum), inusitada excelsamente.


Así pues, nos encontramos ante Prometeo portador del fuego consagrado de la tragedia. El titán que desciende y cae al borde de la teatralidad del artificio visionario. Este loado fuego se vuelca preciso utensilio apiñándose, flamígero, en los contornos insondables al nacimiento del hombre el cual es signo de la transformación y a la vez hoguera inagotable delatando, con la intensidad del esclavo y el verdugo conviviendo en incesto y androginia cosmológica, a todo bien y todo mal. Extraordinariamente: Lo más precioso y elevado que podía obtener la humanidad lo consiguió por un crimen (Nietzsche. (1999): 52).


El castigo del Prometeo de fuego no consistió únicamente en su acto barbárico de revelada oposición, sino en la afrenta directa al absoluto, en el reto descarado frente al imperio autoritario de la inmanencia. Y quizás fue en aquel preciso momento, cuando el furor de las cadenas presagiadas en sueños inhumanos se incrustaban signicamente en su voluntad, que Prometeo toma, con sigilo ausente, la llama del destierro onírico, del despertar, mientras el fuego incendiaba perseguidoramente sus ojos volviéndose un reflejo gemelo mascullando humanamente: ¡ ladrón !.


Entonces, emprende la huida bestial e inflexible en donde su conciencia se vuelve incandescencia que le inflama desde adentro…vaciándolo y llenándolo…mientras que, con el menguado gozo del que comienza a sufrir frenéticamente, aguarda la furia de unos dioses descubiertos, expuestos, en medio de la transparencia de su mortandad. Al ser los dioses señalados acusatoriamente se volverán diestros alfareros de la crueldad y la culpa del otro: tiranos. Recordemos que un tirano sólo puede ser tal cuando busca su complacencia dentro de los dominios de lo humano, por lo tanto, la pretensión de control desaforada hace que un tirano solamente pueda ser en cuanto se es hombre. De esta manera:



En el heroico arrebato del individuo nació la universal; en su tentativa de romper la barrera de la individuación y de querer ser la “única” esencia del universo, hace suyo el conflicto y primordial oculto en las cosas, es decir, se hace criminal y sufre. (Nietzsche. (1999):52).


Por un lado en el retrato de Prometeo, como ya se ha dicho, se observa de una manera indiscutiblemente impresa la idealización de la propia individualidad la cual ansia ser sublimada a partir de la entrega y del sacrificio. Ahora, algo que hay que resaltar es que Prometeo como ser eterno poseía cualidades divinas, en su caso: el don visionario.


Esto nos lleva a la certeza irrefutable de que el portador del fuego se reconocía dentro de los contornos del absoluto y como absoluto mismo. Añorando frenéticamente la ruptura y la disolución, deseando, quizás fatuamente, la bienvenida del hombre más allá de la sobre exposición de su carne condenada e inmortal ante las aves rapaces de la expiación.


En este sentido Prometeo es seducido de antemano por un oscuro dios desconocido [1] el cual lo lleva por los jardines ignotos del descubrimiento de lo temible, de lo grandioso, visto a través de la mirada honesta e ingenua (la mirada del que sufre y goza a la vez).




[1] El dios desconocido es aquel que con astucia traspasa el corazón del más solitario. Es el dios verdugo que desgarra lo mortal…que lo devela intensamente en medio de la súplica. Nietzsche, Friedrich. Así hablaba Zaratustra.

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